Es innegable que la última creación de Darren Star ha sido todo un éxito entre el público. “Emily in Paris”, la serie de corte cómico-romántico protagonizada por Lily Collins, ha copado los primeros puestos de las series más vistas del gigante del streaming Netflix. Todos nos hemos dejado atrapar por las vitales aventuras parisinas de la joven y chispeante Emily, cuyos grados de egocentrismo e impertinencia aumentan capítulo tras capítulo...

 
 
 
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Si los outifts escogidos por la encargada de vestuario, la legendaria Patricia Field, son la maravilla camp que se esperaba, el guión y la trama de la serie se tornan absurdos, lastrados por un interminable catálogo de tópicos culturales aparentemente disimulados tras la típica historia de “una americana en París”. Y todo eso para preguntarnos si las comedias románticas siguen siendo esas piezas encantadoras pero inevitablemente ridículas que dejan un regusto incierto y una sensación incómoda, como de estar viendo un espectáculo tan inequívoco como irreal. 

¿Acaso en Emily se pretende reflejar a la juventud de hoy en día? Chicos y chicas adictos a las redes sociales, a la aprobación ajena, incapaces de escuchar otra voz que la suya propia, egoístas, soberbios e indudablemente narcisistas que necesitan una autocomplacencia constante. ¿Puede ser en el fondo una sátira cruel y mordaz? De ser así, la jugada sería maestra y afilada, toda una bofetada al espectador. Pero… no, no es así. Emily nunca está equivocada y si tiene que asaltarte en la ópera para escupirte una perorata con ínfulas de fashionista, o poner un mohín delante de un magnate de la perfumería, pues lo hace y punto. Ella es así: “natural”.

 

Pero, ¿dónde ha quedado ese camino que allanaron figuras tan relevantes y carismáticas como Buffy Summers, Angela Chase o Joey Potter? Esas mujeres que en los noventa se hicieron con el prime time americano y mundial para plantear, en horario de máxima audiencia, las cuestiones y dilemas de seres humanos que buscaban una vida mejor, incluso cuando las circunstancias y sus destinos, de tendencias melodramáticas, se lo impedían. 

Parece que ya no nos acordamos de Felicity, quien pensando que perseguía a su amor del instituto a Nueva York, no hacía otra cosa que acercarse cada vez más a sí misma y a la vida que de verdad quería vivir y no la que le habían impuesto sus padres. O incluso esas tan diferentes Sam y Brooke, las protagonistas de la ópera prima de Ryan Murphy, “Popular”, con personalidades opuestas pero complejas que exploraban los rincones más divertidos y tristes de la adolescencia...

Mujeres que peleaban desde nuestras pantallas por poder ser más de lo que se esperaba de ellas, aunque solo fuesen creaciones televisivas. Y es que la realidad siempre supera a la ficción, y ahora nuestra ficción es Emily. Y la realidad es más incierta que nunca...

Juan Marti Serrano: @sswango

Imágenes: Instagram y Giphy