La persona más presentista que conozco, soy yo. Valga como presentación y expresión manifiesta de mi amor por lo efímero. Efímero: pasajero, de corta duración. Que está y que ya no está. Como los ganadores de algunos concursos de talentos. Como una buena fiesta. Como, ay, las vacaciones.

Vivir en el presente tiene su gracia. Ahí están labios de Kylie Jenner, que ella lo sabe, nosotros lo sabemos, pero nadie quiere acordarse de esa chica que no llegaba ni a mona a la que los chicos de su clase no querían besar. Las Kardashian dominan el arte de lo efímero porque dominan el arte del presente. Ni el pasado de Kim haciendo las veces de asistente personal de Paris Hilton ni el futuro que siempre envejece. Solo el presente.

El problema es que enredados en el gustito que da el like inmediato, la cerveza del jueves o el jersey de rebajas, a menudo olvidamos la contundencia de la belleza, la grandeza del arte que perdura.

Cuando en la magnífica e ingente obra En busca del tiempo perdido, cuya lectura recomiendo encarecidamente mucho más allá del párrafo de la magdalena, el joven Marcel se rinde fascinado a los encantos de la exquisita duquesa de Guermantes, uno entiende, uno se derrite ante la poderosa gracia de la inalcanzable dama.

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La bella condesa de Greffulhe, retratada por Nadar y musa de Proust.

 

La profusión de muselinas, plumas, delicadas perlas y sedas que se adivinan carísimas y llegadas de países lejanos, corpiños y aigrettes; vuelven loco a Marcel. También es verdad que Marcel perdía la cabeza por el rosetón de una iglesia, y de ahí le salían cien páginas. Pero qué maravilla de páginas. Aunque no te gusten los rosetones.

La elegante señora de Guermantes recibe en su salón y si te invita es como tener invitación de front-row del desfile de crucero de Dior: Nadie en su sano juicio faltaría. No tiene cien juegos de té, tiene uno bueno y punto. 

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En eso pensaba en la presentación del libro de Dana Thomas De dioses y reyes, en el Museo del Traje, en la excelente programación impulsada por Jose Luis Díez, con la magnífica maestra de ceremonias y periodista Leticia García. La señora Thomas, con su moño tirante de bailarina y un cuello de cisne que sería de la aquiescencia de Marcel, hablaba de la soberbia contundencia y magnitud de los shows de Alexander McQueen y John Galliano, antes de que la propia industria se los merendase y sus demonios internos acabasen por rematar la faena. Osea, es efímero, pero perdura.

Y decía también Dana Thomas cómo la moda ha acabado con sus propias posibilidades plegándose a los delirios de una sociedad global, que busca desesperadamente pertenecer al rebaño, y que solo busca la venta de cifras millonarias y esos
likes de Instagram. Destacaba como ejemplo de saber mantenerse a salvo a Iris Van Herpen. Si no habéis visto su último desfile hacedlo, porque tenía razón. 

 

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Imagen: Amazon

 

Que luego vienen los traumas, los ninis, la nada. Si nos quedamos solo con lo efímero es imposible saber lo que está pasando, apreciar la evolución, estar atentos al cambio. Ya lo decía Marcel: "Las mujeres cambian tan aprisa de situación, en este mundo, cuando cambian". Hay que enterarse, vaya.

Por cierto, para el preciosista retrato de la duquesa de Guermantes, Marcel se inspiró en la que tuvo que ser una fascinante mujer de su época, la condesa de Grefullhe, de la que se cuenta, dijo tan bella frase: “Todo el misterio de la belleza está en el enigma de sus ojos” ¿No es desmesuradamente hermoso? ¿No merece la pena detenerse y contemplar?

 

 

Ana G. Turrión