“Todas las historias de amor, son historias de fantasmas”, rezaba el título de la biografía de ese escritor tan maltrecho como legendario llamado David Foster Wallace, y no le faltaba razón. Si las vidas humanas están plagadas de ausencias, las relaciones sentimentales lo están de fantasmas. Espectros que conforman la huella de los que desaparecieron en el combate del amor o la amistad.

En el siglo XXI, donde existe un vocablo preciso para definir hasta al más nimio de los sentimientos, no podía faltar una palabra que englobara a todos aquellos, ya sean conocidos o extraños, que realizan un discreto mutis por el foro, abandonando la escena y nuestra vida privada, sin ruido ni asombro. Esa palabra es nada más y nada menos que “ghosting”, derivado de “ghost”, que en inglés significa fantasma.

A lo que viene a referirse este término exactamente es al final o la a conclusión que se le otorga a una relación afectiva, sesgando repentinamente y sin explicación alguna todo contacto con la otra persona y provocando un inevitable aturdimiento o confusión que podría derivar en efectos negativos para el abandonado.

Lo reconozcas o no, todos hemos vivido alguna situación que encaja perfectamente con lo que significa ghosting, y la investigación llevada a cabo por el equipo de Vanidad lo ha podido comprobar en primera persona. Un simple post en Instagram buscando testimonios reales sobre experiencias relacionadas con este fenómeno, fue suficiente para recibir un aluvión de mensajes en los que, en su gran mayoría jóvenes de entre diecinueve y treinta años, relataban tristes capítulos donde un amigo, una pareja o simplemente un ligue, dejaban de dar señales de vida sin motivo aparente.

Ni una discusión acalorada o un mísero desacuerdo, nada de nada.

La mayoría se olían algo raro o sentían cierta sensación incómoda, como un desazón en el estómago que, inconscientemente, preveía ese amargo desenlace. Como el de Paula, estudiante de Bellas Artes, cuyo ligue de una noche, tras haberse intercambiado los teléfonos, fue poco a poco diluyendo el contacto hasta dejar en leído sus últimos mensajes. O Pablo, italiano de Erasmus por Madrid, que tras una relación de meses con un estudiante español, no solo se dio de bruces con el silencio y la indiferencia del chico que le gustaba, sino que también fue descubriendo mentiras y contradicciones sobre la vida de su ya ex novio. A Vanesa, una influencer andaluza, incluso la dejaron tirada en el aeropuerto tras volar hasta Lanzarote para ver a quién consideraba su “amigo”.

Pocos fueron los que, dando un paso al frente, confesaron haberse colocado en el lado contrario de esta situación tan desagradable. Jorge, estudiante de arte dramático, sintió una terrible falta de conexión con un chaval con quien creía haber congeniado y, simplemente, decidió dejar marchitar las cosas con discreción e indiferencia. Otros han sido más honestos en sus explicaciones, reconociendo que simplemente buscaban compañía nocturna momentánea o que, tras lograr encontrar una pareja estable, cerraron de golpe y porrazo la agenda telefónica.

Sean los motivos que sean, estos causan el mismo impacto en los que ven cómo el icono de WhatsApp se tiñe de azul sin recibir respuesta alguna, como en los que salta continuamente el buzón de voz. Y decimos impacto por no decir fastidio, rabia, confusión o lástima. Pero no lástima por lo sucedido, no, sino por lo que podía haber salido hacia adelante.

La mayoría coinciden en tomárselo con filosofía, convenciéndose a sí mismos de que, en realidad, se han quitado un marrón de encima, pero en el fondo todos sentimos esa tremenda decepción al no ser ni siquiera merecedores de una explicación o una despedida. “People need closure”, escribía Nina, una usuaria de Instagram residente en Nueva York. Y no le falta razón. En una sociedad hiperconectada construida para acercarnos, terminamos dándonos de lado los unos a los otros...

Respecto a todo este tema, es inevitable hacer un guiño al cine, tan ficticio como las relaciones que concluyen en ghosting... Y es que se nos viene a la cabeza esa entrañable escena de "Todo sobre mi madre” en la que Agrado reprocha a una vieja amiga el haberse marchado sin despedirse, ya que a ella le gustan las despedidas, aunque solo sean para hincharse a llorar. ¡Ay, Agrado, cuánta razón tenías!

 

Juan Marti Serrano: @sswango

Imágenes: Giphy