En los últimos años, la práctica de Mercedes Azpilicueta ha evolucionado desde la performance hacia la exploración de las posibilidades teatrales de la escultura y la instalación, desarrollado “dramaturgias espaciales” que solo se conciben con el talento inalcanzable de esta argentina.

Hoy inaugura su muestra individual para Gasworks, Londres, y en Vanidad charlamos con ella para conocer más sobre esta nueva forma de trabajar y hacer arte.

Mercedes Azpilicueta. Archivos de Van Abbemuseum, Eindhoven, Países Bajos. Fotografía: Marcel de Buck

 

La Plata te vio nacer y Buenos Aires crecer y desarrollar tu vocación como artista visual y de performance. ¿Cómo ha influenciado Argentina en tu producción artística?

Creo que la influencia particular del lugar que me vio nacer y crecer viene, sobre todo, por la red de lazos afectivos, mi familia y mis amigues, que me apoyaron, contuvieron, cuidaron y alentaron para que estudiara y me dedicara al arte, algo que me atraía, me intrigaba y apasionaba; más allá de la inestabilidad y dudas que podía ofrecer estudiar arte en el 2001, en medio de la crisis en Argentina.

Por otro lado, otra de las grandes influencias ha sido la lectura y en algunas ocasiones, la escritura. Especialmente cuando vivía en Buenos Aires, pude acceder a muchísimas lecturas de poesía, ferias de editoriales independientes y la ya conocida identidad literaria de la ciudad que me fue moldeando. La literatura, y en especial la ficción y la poesía, se volvieron la espina dorsal de mi trabajo.

¿Qué otros lugares han forjado tu estilo creativo actual? Tengo entendido que ahora vives y trabajas en Ámsterdam…

Sí, en estos momentos vivo y trabajo en Ámsterdam. Sin embargo, una ciudad que me marcó mucho fue Milán. Viví allí dos años y me sentí como en casa. Mi familia por parte materna es italiana, de Piemonte, por lo que vivir en Milán era como “ver” a mi abuela en cada esquina de la ciudad. Con sus tacos, sus uñas pintadas e impolutas, sus tapados, su pelo como recién salido de la peluquería... Siempre impecable.

En cuanto al trabajo, vivir en Milán me reconectó con lo textil. Crecí ayudando a mi mamá en su pequeña boutique, con todo tipo de tejidos, telas, reconociendo las texturas y, sobre todo, yendo a la modista, quien confeccionaba gran parte de mi propia ropa y a veces cosas para la boutique. Más tarde, cuando empecé a estudiar arte, me gradué con un proyecto que involucraba estampado sobre textil. Aún atesoro esas primeras obras en Buenos Aires. Luego toda esa experiencia con lo textil se me olvidó por casi diez años hasta que llegué a Milán. Ahí los materiales y las cosas tienen vida propia, y darle lugar a eso de vuelta en mi trabajo fue importantísimo y necesario.

El viejo sueño de la simetría’, 2019, NoguerasBlanchard, Madrid. Fotografía: Roberto Ruiz

 

En redes sociales te presentas como “brujita sudaca y feminista”. ¿Qué significa la expresión de estos términos para ti y para lo que haces?

Son tres adjetivos en los cuales me reconozco. Brujita o curandera, un tipo de figura que es bastante común aún en Latinoamérica. La idea de rescatar la sabiduría que aquellas mujeres o personas ‘queer’ o no binarias realizaban desde hace más de 500 años me parece relevante. Muchas fueron quemadas porque sus conocimientos sobre la medicina natural, la alquimia, su facilidad para gozar con sus cuerpos y desear sin ataduras, eran considerados una amenaza durante el Medioevo tardío e inicio de la Edad Moderna. En las marchas feministas en Argentina, se canta: “somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar”. Encuentro en la figura medieval de la bruja un germen proto-feminista que por suerte ha sobrevivido hasta nuestros días.

En cuando al término despectivo “sudaca”, como se llama a la gente de Sudamérica en Europa, a veces es una manera de re-apropiarme de esa mirada un poco racista o eurocentrista. Sí, soy sudaca y con mucha honra. A su vez, creo que vivir en Europa me hizo confrontar con mis propios privilegios como argentina o latinoamericana y, por eso mismo, siento necesidad y urgencia por atender causas que son importantes en ese territorio que me vio crecer, como es la lucha por los derechos sobre el cuerpo de la mujer.

¿A qué te refieres cuando te defines como una “investigadora deshonesta”?

Me gusta trabajar con ciencias “con mayúsculas” como les llamo, como la historia del arte, la literatura, la botánica o la lingüística, pero desde una óptica distinta, desde mi práctica artística y con mis propios métodos y técnicas. No prestando atención a protocolos y metodologías ya establecidas, un poco rompiendo sus esquemas.

Me gusta permitirme re-escribir historias de otros tiempos, traer personajes del pasado al presente y viceversa, darle música contemporánea a un poema medieval o diseñar prendas decimonónicas desde una perspectiva ‘queer’. En otras palabras, yuxtaponer e intercalar temporalidades, espacios y modos de hacer. Trabajar de tal manera tan irreverente solo es posible dentro del arte, que te da las herramientas para re-configurar lo que quieras.

‘Bestiario de Lengüitas’, 2020, Museion, Bolzano/Bozen. Fotografía: Luca Guadagnini

 

La historia del arte, la música popular, la literatura o la cultura callejera, son solo algunos de los campos de conocimiento por los que navegan tus obras. ¿De qué otras referencias se nutren? ¿Hay alguna que destaques por encima de otras?

Creo que una perspectiva que también influye en mis obras es mi vida cotidiana, mis hábitos y costumbres, la gente que frecuento, lo que cocino, películas que veo para distraerme, mis plantas que cuido con recelo... En general, hay un alto porcentaje de la vida misma en las obras. Por ejemplo, puede que primero haya comprado un café que me ha parecido muy fuerte y luego me parezca mejor idea usarlo para teñir un tejido para una obra.

Muchas de tus prácticas artísticas reúnen varios personajes del pasado y del presente, que se manifiestan como voces, formas, textos, huellas y recuerdos en tus obras de múltiples capas. ¿Nos puedes explicar exactamente en qué consiste este método?

Esos primeros puntos de partida, ya sean personajes o eventos del pasado, recuerdos vividos, elementos de la literatura o de la música popular, se traducen poco a poco y de manera gradual en imágenes, sonidos, guiones, trajes, esculturas, instalaciones. En otras palabras, hay un proceso de traducción.

Por ejemplo, algo muy puntual como puede ser un poema, se traduce en una serie de dibujos que a su vez devienen bocetos de posibles trajes para una performance que podría suceder. Las obras se van generando de forma orgánica y consecuente, como si cada una fuese concebida o soñada por la anterior; y hasta diría que todas las obras estás interconectadas de alguna manera.

‘Cuerpos Pájaros’, 2018, Museo de Arte Modero de Buenos Aires. Fotografía: Guido Limardo

 

Las mujeres constituyen el motivo principal de muchos de tus trabajos, convirtiéndose en una constante en tus obras. ¿Cómo definirías tu percepción –y consiguiente representación– del feminismo en la sociedad actual? ¿Y en el mundo del arte?

Mi percepción está teñida por mi experiencia personal de haber crecido en una sociedad que amenazaba y sigue amenazando a las mujeres; matándolas también. Solo en Argentina hay un femicidio cada 30 horas. Crecí caminando con cuidado, temiendo al extraño con una actitud libidinosa que parada en una esquina me desvestía con la mirada; y cuando empecé a trabajar, sufrí los sinsabores y desventajas de ser mujer en el mundo del arte. Las mujeres en las muestras y colecciones eran, y siguen siendo, la minoría.

Debemos justificar nuestro trabajo, no pecar de superficiales y, a la vez, vernos regias. Siempre es un camino más difícil. Y aún más para mujeres trans, personas ‘queer’ o con capacidades diferentes. Sin embargo, el feminismo abre otras posibilidades, porque es una manera distinta de hacer las cosas en este sistema hetero-normativo y patriarcal en el que vivimos. El feminismo en el que me reconozco y al que abogo es antiespecista, alberga a toda persona que se reconoce como mujer (sin importar el sexo), también a las personas ‘queer’ y no binaries, a las personas con discapacidad, a las mujeres de toda la clase social y raza. Es lo que se llama un feminismo inter-seccional y de-colonial o de periferia.

En cuanto al mundo del arte, no hay grandes diferencias, al contrario, a veces se habla mucho al respecto pero luego, de puertas para adentro, se siguen reproduciendo los mismos mecanismos de violencia y discriminación.

‘The Captive: Here’s a Heart for Every Fate’, 2019. Archivos de Van Abbemuseum, Eindhoven, Países Bajos. Fotografía: Peter Cox

 

Aparte de la utilización de técnicas que están asociadas al trabajo doméstico, ¿hay algún otro símbolo recurrente al feminismo en tus obras?

Tal vez la idea de que mi vida personal, el cuidado de mi casa y el manejo de la economía doméstica, se entretejen con mis obras. Hay algo de ese famoso ‘multitasking’ o, mejor dicho, trabajo invisible que muchas veces las mujeres nos vemos obligadas a hacer, y que luego se cuela en el trabajo.

Otro elemento que destacas es el humor. ¿Cómo de importante es para la comprensión de tu trabajo transmitir este estado de ánimo?

El humor es un elemento importantísimo para mí. Es algo que trato de incorporar diariamente a mi vida y a mi trabajo, que muchas veces están bastante entrelazados. Como herramienta de trabajo, ayuda muchísimo a transmitir contenidos o mensajes que pueden ser más difíciles de comunicar si hay que presentarlos sin ningún aliciente. Pero, sobre todo, el humor es importante porque siento que crea en el espectador una sensación de goce y satisfacción. Se abre un momento de disfrute.

‘Bestiario de Lengüitas’, 2020, Museion, Bolzano/Bozen. Fotografía: Luca Guadagnini

 

En los últimos años, tu práctica ha evolucionado hacia la exploración de  las posibilidades teatrales de la escultura y la instalación. ¿Por qué este nuevo rumbo artístico? ¿Cuándo surge tu interés por hacerlo realidad?

En el 2015/16, cuando me encontraba realizando mi residencia en la Rijksakademie, en Ámsterdam, mi trabajo era performático, con un fuerte acento en el cuerpo y en el uso de la voz. En ese momento empecé a pensar más en detenimiento sobre qué significa un cuerpo, qué espacio ocupa en escena, con qué otros cuerpos u objetos puede también convivir y cuál es la relación entre ellos.

Así, una performance que al comienzo contaba solo con cuerpos en escena y el uso de la voz, derivó luego en trajes, decorados, tapices, esculturas y objetos variopintos que reemplazaron esos cuerpos, volviéndose personajes de la escena misma. De repente, cuerpos humanos y no humanos cobraron la misma relevancia. Poco a poco se fue desarrollado una escena, -o “dramaturgia espacial”, como me gusta llamar a las instalaciones-, que siempre contiene la posibilidad de ser activada de manera performática.

Detalle de ‘Bondage of Passions’, expuesta en Gasworks, Londres, hasta el 4 de julio de 2021

 

Hoy inauguras ‘Bondage of Passions’, tu exposición individual para Gasworks, Londres. ¿Qué más te depara este 2021?

Hasta el 31 de mayo participaré en ‘La ‘Bienal de Performance’ en Buenos Aires. Y el resto del año estaré trabajando en dos proyectos en los Países Bajos: uno de investigación sobre unas protestas que hubo en Ámsterdam a principios del siglo XX, protagonizadas por mujeres de la clase trabajadora; y el otro de corte histórico también sobre la historia holandesa y que se llevará a cabo en Friesland en el 2022.

Por otro lado, publicaré a fin de año un libro sobre mi proyecto ‘Bestiario de Lengüitas’ que editará Mousse y que será co-producido por CentroCentro (Madrid), Museion (Bolzano/Bozen), CAC Bretigny (Bretigny-sur-Orge) y NoguerasBlanchard (Madrid/Barcelona). Y eso es todo (risas).

 

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Texto: Anna Alarcón @_annalarcon