El desafío ahora es seguir en esta línea de opulencia cotidiana en su nueva vida en Nueva York, adonde ha ido a parar por el divorcio de sus padres. Katie se la ha llevado a Manhattan y lo primero que ha hecho ha sido matricularla en una escuela privada de lujo que, viendo sus prestaciones, cumple justita con los requisitos de la niña más famosa del mundo. En otoño, Suri empezará a ir a clase en Avenues, una "escuela del mundo" de 40.000 dólares al año, sita junto a uno de los parques más exclusivos de Nueva York, High Line, en el muy deseable barrio de Chelsea. En su página web se citan prestaciones de cinco estrellas como un comedor al aire libre de 60 metros con vistas al High Line, "luz inusual" (gracias a sus 700 ventanas de tres metros de altura) y cuartos lujosamente amueblados para que los alumnos puedan trabajar en sus cosas (!) por su cuenta. Cuando no estén en esos cuartos, los alumnos pueden elegir qué deporte aprender en educación física: esgrima, gimnasia rítima, patinaje artístico o volleyball estilo europeo. El resto del programa de estudios se completa con media jornada de inmersión en español o chino mandarín y clases de movimientos rítmicos e instrumentos de percusión. Dicho de otra forma: para Suri Cruise, los mortales estudiamos en calabozos medievales subterráneos con comedores sacados de una prisión estatal y tristes clases de gimnasia carentes de patinaje artístico. Y, lo que es peor, todo esto bañados de luz usual.
Bienvenidos la babilónica escuela de Suri Cruise
Los seres humanos que no somos Suri Cruise somos unos desgraciados. Que lo tengamos bien claro y no lo olvidemos nunca es el objetivo vital de esta niña desde antes de que llegara al mundo hace seis años, rodeada entonces de clamorosa expectación por aquello de ser hija de Tom Cruise y Katie Holmes (entonces la pareja más hot del momento). Suri ya pisaba fuerte desde entonces: era la elegida, la princesa oficial de la república de Estados Unidos, legítima legataria de los luojs y la atención mundial que desde hacía décadas recibían sus progenitores.
Y desde entonces ha bordado el papel de dejarnos a los mortales en pañales: la niña aún tiene dientes de leche y ya se escapa de los paparazzi con ofensivo glamour, acude a restaurantes en pijama de marca con un estilazo insultante, y se pasea con unas zapatillas con forma de rana que ya son la envidia del colectivo gay. Haga lo que haga la pequeña, lo hace mejor que los demás.