La soledad es la nueva epidemia del siglo XXI. Muchas personas se sienten solas aún en esta sociedad de redes e hiperconexión, supongo que porque se sienten excluidas y ajenas al resto en algún modo. Yo ya vengo pensando desde hace unos años que las personas nos comportamos de una manera un tanto exigua con el resto y tratamos a los demás como a meros objetos de uso cotidiano. Estamos integrados mentalmente a esta sociedad de consumo y enseguida las cosas se quedan obsoletas: las relaciones, los sueños, las palabras, los abrazos… Una sociedad donde apartamos la mirada y cambiamos de tercio, reemplazamos sentimientos y personas como el que se compra un nuevo par de zapatos. Un lugar donde nada vale nada, donde no se conceden segundas oportunidades, donde no se atesora ni se guarda, donde no se escucha ni se arregla, ni existe la empatía ni la sensatez, donde sentir está infravalorado e incluso resulta frívolo e infantil. Y nos sentimos solos. Y concadenamos relaciones y amigos y fiestas y ruido para no escucharnos a nosotros mismos, para no pararnos a pensar en qué nos hemos convertido, porque es más fácil irse a la cama tras un mensaje de buenas noches que tras un silencio en el que sólo se escuchan los latidos de tu corazón. Nuestra felicidad fugaz, la felicidad insulsa, la que no acompleja ni cala, la que se queda siempre por encima como los posos de polvo en una casa antigua. Eso es lo que pretendemos, que no penetre, porque si nos carcome ¿Qué demonios vamos a hacer? ¿Cómo lo vamos a enfrentar? Vivimos para el amor y no queremos enamorarnos, nada serio dicen, nada que nos repercuta ,nada que nos haga sentir egoístas una vez que ya nos hayamos aburrido de ese juguete nuevo. Y así nos va. A los pocos que quedamos con agallas de afrontar los horizontes se nos toma por obsesivos, cuando sólo somos buenas personas que no quieren otra cosa que enseñarle a quien merezca que la vida es mucho más que dos copas de vino, tres películas, diez polvos y un viaje a ninguna parte. Que sufrimos ante la incertidumbre y la falta de delicadeza de quien no entiende que el ser humano sufre más por lo que se imagina que por lo que realmente sucede. Que hay personas maravillosas que al final optan por recluirse bajo un caparazón de cristal, lleno de rayones y de muescas… Ante la falta de integridad y solvencia de aquellos, que se creen mucho, pero en el fondo valen muy poco.

 

Alejandra Remon – @alejandraremon

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