Esto no ha tenido mucha repercusión en España, pero varias de las webs de referencia del mundillo del cine estadounidense han dejado de funcionar esta semana. Sencillamente, uno no podía acceder a ellas porque habían colapsado de tanto tráfico que estaban recibiendo. No porque tuvieran alguna exclusiva especialmente brillante, sino porque todas habían perpetrado la misma osadía: darle menos de cinco estrellas a El caballero: la leyenda renace en sus críticas. Con semejante desaire, provocaron la ira de cientos y miles de los rabiosos seguidores de esta saga -que todavía no habían visto el filme pero que saben que será una experiencia objetivamente perfecta-, que acudieron todos en masa a insultar a esos críticos por su desatino en la sección de sus comentarios propias webs. Al final, lograron que las páginas dejaran de funcionar temporalmente. Tal es la expectación que rodea a esta tercera y última entrega de la saga de Batman. Lo que empezó en 2005 como una forma de hacerle la competencia a Spider-Man y sumarse al carro de la entonces incipiente moda de los superhéroes llega a su fin esta semana convertido en la franquicia más venerada por público y crítica en lo que llevamos de siglo XXI. Los muchísimos fans de las dos entregas anteriores están que arden: el atribulado Hombre Murciélago vuelve a la pantalla grande (y tanto: un altísimo porcentaje de la película está filmado expresamente para proyectarse en IMAX) tras curtirse de los muchos golpes, físicos y sobre todo psicológicos, recibidos en las últimas dos entregas: los que le costó intentar definirse como héroe en Batman begins (2005) y los que llevaron a abandonar el traje de Batman en El caballero oscuro (2008). ¿Qué pensará hacer ahora con él el director Christopher Nolan? Por lo que se sabe, la respuesta no va a ser sencilla: esta tercera entrega dura más de tres horas y, más que tener escenas de acción, tiene secuencias épicas como si de una película de guerra se tratase (nunca un filme ha contratado a tantos extras para las mismas escenas) y mantiene los circunspectos diálogos sobre la razón de ser de un héroe en una ciudad sin esperanza que caracterizan a esta saga. Es decir, otra variación de esa hipnotizante fórmula que lleva recaudados 1.200 millones de dólares. El argumento, grosso modo, sería: Bruce Wayne (Christian Bale) volverá a la carga como Hombre Murciélago tras abandonar el cargo y quedar, a ojos de Gotham, como el malo de la película anterior. Por supuesto, lo hace para salvar a la urbe del apocalipsis que planea otro villano megalómano llamado Bane (Tom Hardy, a ver cómo se las apaña para no ser comparado con el Joker que le supuso un Oscar póstumo a Heath Ledger) ante la mirada de Anne Hathaway como una Catwoman aparentemente menos pérfida de lo habitual. Obligatoria tanto para los fans del cine del superhéroes bien hecho como para quien no quiera sentirse descolgado de la mayoría de conversaciones cinéfilas del verano. Aunque solo sea para ver cómo explican que, tras dos entregas en las que la pesadillesca y corrupta Gotham ha estado a punto de desaparecer a manos de psicópatas disfrazados, todavía quede gente viviendo en esa ciudad.

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