No me gustan las historias de zombis. No me gustan las películas de zombies, ni los tebeos de zombis, ni los videojuegos de zombis, ni disfrazarme de zombi (o disfrazarme, a secas), ni las series de zombis. Ni los zombis. Son lentos, vulnerables e inconscientes. Más que meterles cincuenta balas en la cabeza, me dan ganas de comprarles una gorra, invitarles a merendar y darles un abrazo. Los pobres no saben lo que hacen. Si lo supieran, lo primero que harían al salir de la tumba sería preguntar si hay nuevo Gran Hermano, pero no comer cerebros. Eso no. La tragedia de la existencia, que no es otra que la del enfrentamiento del ser humano con su finitud y con el vacío cósmico de nuestro paso por el mundo, no se manifiesta ante un holocausto zombi. Por mucho que te empeñes, no hay drama. Míralos. Ya están muertos y es fácil acabar con ellos. Lo hacen hasta los niños. Cargarte zombis es como asesinar zapatos.
Tiene la misma dificultad y el mismo calado vital. Y su mejor truco consiste en aparecer sin mucho sigilo por detrás y morder, con lo cual, bueno, si te liquida un zombi, te lo mereces: sigue sin haber drama, por tonto.
Pero como dijo Nietzsche, si miras durante mucho tiempo a un abismo al final es el abismo el que etcétera, así que los responsables de las cosas de zombis, como antes los responsables de las cosas de vampiros y de superhéroes, decidieron que vale, y le dieron a todo el asunto una de esas vueltas de tuerca que nos hacen exclamar que hoy las series las escribe Shakespeare. Y pasaron a primer plano las implicaciones morales de la lucha del hombre contra el monstruo y contra sí mismo. Bergman y vísceras. Secretos de un matrimonio pero reventando cabezas de no muertos entre reproches: "Roncas y ya no te quiero. Espera... BUM. Pues eso, que ya no te quiero".
Y lo llamaron entretenimiento.
Entonces llegó la BBC. Y en un terreno yermo y baldío por el que ya no parecía circular más que las pelusas de nuestro propio tedio, crearon
"In The Flesh". Es una serie de zombis, sí, pero sólo tiene tres capítulos, de modo que termina antes de decepcionar. Y parte de una premisa inteligente, por momentos brillante, que se despeña en ocasiones por el existencialismo, pero sin molestar. Y el genial arranque de "In The Flesh", lo que he evitado mencionar en un texto con Nietzsche y donde se utiliza trece veces la palabra "zombi", algo que he demorado hasta el final porque esta serie hay que verla con los ojos vírgenes, es: hay zombis (catorce), sí, pero... ¿y si también hubiese cura?
Por
Daniel López Valle
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