El vendaval de descargas ilegales, el trending topic mundial y la revolución en redes sociales que ha causado "Felina", el último magistral episodio de "Breaking Bad", es comprensible. Un capítulo sin errores ni cabos sueltos ni contemplaciones donde todo acaba como cabría esperar (o no) pero cuya perfección es tal que no hay nada que discutir. Sólo admirar y recordar.
Ahora que toca despedirse, uno no sabe a quién reverenciar más: si al creador y responsable de esta apabullante y perfecta cosechadora de premios, Vince Gilligan, o bien a Bryan Cranston, el actor que ha encarnado de manera brutal y prodigiosa a uno de los personajes más endiabladamente interesantes de la ficción televisiva desde (ponga el año que quiera). Porque lo cierto es que, más allá de Gilligan y Cranston, el gran pilar, reclamo y mérito de Breaking Bad es ese hombre al que conocimos siendo un apocado profesor de química y padre de familia de Albuquerque y al que las buenas intenciones (curarse de un cáncer y sanear la economía familiar) llevan paradójicamente a transformarse en un capo de la droga y un sociópata de los que te sientes más seguro sabiendo que no es real: Walter White.