Después del “tour de force” navideño, y ante la simpática perspectiva de jugar al cuento de la lechera con los propósitos de año nuevo, la mejor opción cinéfila de la semana es, sin duda, esta minimalista, reflexiva y a ratos exquisita película que nos invita a tumbarnos, entornar los ojos y contemplar levemente cómo los acontecimientos reales escapan a nuestros esfuerzos imaginarios, los muy puñeteros. El cine argentino, ya se sabe, tiene más capas que un galápago, y ésta es una de las más atípicas y valiosas: una fábula de alto standing con destiladísima mala leche y una soterrada carga de profundidad sociológica que recuerda al estilo de Lucía Puenzo y, sobre todo, de Lucrecia Martel. Aunque, en “Pensé que iba a haber fiesta” la ciénaga de turno es una coqueta piscina residencial (no con forma de riñón, qué vulgaridad) donde toma el sol y se remoja el cuerpo serrano Ana, una actriz española aterrizada en la zona noble de Buenos Aires y que hace parada y fonda en la casa de su amiga Lucía a la espera de poner en orden su vida. Pero, entre solarium, bailoteo y chapuzón, se cruzará con el ex de Lucía, con quien empezará una relación que, como mandan los cánones, no puede salir nada bien.
"Pensé que iba a haber fiesta" de Victoria Galardi.
Victoria Galardi, poco conocida por sus dos largometrajes anteriores (“Cerro Bayo” y “Amorosa soledad”), afina su puntería con esta “dramedia” a ratos desconcertante (y a otros rozando peligrosamente la categoría de “pavada”) pero que, debajo de su epidermis indie y casual, esconde un juego de luces y sombras inteligente sobre el compromiso, la amistad, la pareja, la inercia enrarecida y otras cuestiones de alcance universal. Todo ello, con una capacidad de observación y descripción (véase la secuencia de la cena, o algunos tiros de cámara quemados por el sol) a tener en cuenta, sin olvidar que estamos ante una producción “modesta” y breve.
Aunque, la verdad sea dicha, gran parte del atractivo del filme reside en su pareja femenina protagonista: en un rincón del ring, Valeria Bertuccelli, sobradamente conocida y habitual de Campanella, Burman o la mentada Puenzo, y vista recientemente en la estupenda “Todos queremos lo mejor para ella“; y en el otro, nuestra palentina preferida, Elena Anaya, a quien no veíamos el pelo desde que pronunció esa imborrable frase de la historia del cine español (“soy Vicente”) en la penúltima de Almodóvar, y que ahora vuelve por sus fueros y matices en el retrato de una mujer abúlica, egoísta y presumiblemente malcriada. Aparte, destacar lo fantásticamente bien que le queda el bikini en las escenas piscineras, y el plus de glamour añadido de ese esmalte amarillo en las uñas de sus pies, con el que acaba de descolocar al ex de su amiga, y empezar a cimentar el caos calmo que se les viene a todos encima. En fin, una película muy apropiada para estos inicios titubeantes de un 2014 con un gran signo de interrogación grapado en la frente.
Trailer "Pensé que iba a haber fiesta". Estreno en España 10 de enero.
Paul Vértigo
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