Tiene mala fama, porque es una cosa como de adolescentes, de películas de domingo por la tarde en el cine (suponiendo que siga yendo alguien), de solterona del XIX que se consume hasta morir con novelones. Pero el amor a primera vista existe. Y es más amor que ninguno: nuestro cerebro, por una pura cuestión de la ventaja evolutiva que aporta, está especialmente preparado para detectar patrones. Es una forma de dotar de sentido a un mundo y a una vida que, de otro modo, no lo tendrían. Es por eso que vemos formas en las nubes. Es por eso que nos narramos nuestro paso por este mundo como si fuéramos, y lo somos, los protagonistas de nuestra propia película. Es por eso que a veces conocemos a alguien y nos hacen falta muy pocas palabras, gestos y tiempo para decidir que sí, que ese alguien nos gusta y nos gustará. Detectamos patrones y los proyectamos al futuro. Amor a primera vista. Tiene su parte mala, claro (no ser correspondido, por ejemplo, o que ese “alguien” venga secretamente de otro planeta y coma ratones), pero a la BBC le da igual. Por eso ha creado
"Peaky Blinders", una serie a la que quieres besar en el primer minuto, casarte con ella al final del primer capítulo y hacerle hijos para cuando terminas la primera temporada.
De "Peaky Blinders" sabes que te va a gustar a la primera, porque ‘a la primera’ lo que sucede, o más bien lo que suena, como un manotazo lleno de intenciones, es Red Right Hand, de
Nick Cave. Y a la segunda y a la tercera y a la cuarta nos encontramos con los
White Stripes, con
Tom Waits y hasta con
Puccini. Porque puede que "Peaky Blinders" sea una serie sobre una banda de delincuentes del Birmingham de principios del siglo XX, pero esa banda también fue una de las primeras en crear una subcultura urbana. Y eso, aunque tenga detrás mucha violencia y mucha sangre, hay que filmarlo con estilo y elegancia. Y con los actores adecuados:
Cillian Murphy, un casi galán con mirada de psicópata, interpreta a Tommy Shelby, el líder de la banda, un joven arribista, veterano de la Primera Guerra Mundial, con ciertos escrúpulos y mucha ambición.
A través de los ojos de Shelby, "Peaky Blinders" se nos incrusta en el cerebro como un fogonazo refinado y cruel que no puedes dejar de ver. Ayuda que la primera temporada sólo tenga seis capítulos, de modo que el ritmo es firme y no se rompe. Y también que la BBC haya anunciado una segunda temporada, porque entonces la zanahoria es casi más grande que el palo: ojalá "Peaky Blinders" pase de ser un amor a primera vista a una relación estable de lluvia y sofá.
Daniel López Valle
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