Adrià Julià (1974) no será un súper hombre, pero, sin lugar a dudas, es un
artista súper dotado. Nació en Barcelona pero pronto empezó a recorrer el mundo gracias a su trabajo como creador hasta que una beca le llevó a
Los Angeles, su ciudad de residencia desde hace una década. Aun así, no ha parado de viajar, de ir y venir, de exposición en exposición. Ese movimiento inherente a los artistas contemporáneos le trae, ahora, hasta Madrid.
En
Soledad Lorenzo expone
"Ruinas del habla", una exposición que ya se pudo ver en la 7ª Bienal de Mercosur y en el Museo Tamayo, y que según cuenta el propio Julià propone "un recorrido por los diferentes espacios de la galería en el que encuentras
trabajos relacionados entre sí. Estos trabajos van abriendo diferentes
interconexiones entre ellos y posibilitando
diferentes lecturas sobre un mismo acontecimiento". Ese acontecimiento no es otro que el intento por parte de un grupo de colonos franceses en el siglo XIX, seguidores del socialismo utópico de Charles Fourier y su falansterio, de construir una comunidad rural autosuficiente, un experimento inspirador para las posteriores comunas hippies, en Brasil que, evidentemente, no propsperó. El seguimiento de las huellas que dejó aquello han traído a Julià, paseante habitual de la construcción de ficciones (reales o no), hasta "el lugar". De el hecho en concreto le atrajo la idea de "pensar esos lugar como una página en blanco en la que construir desde cero, como si no hubiera nada cuando no era así. Me interesaba la idea del nuevo mundo, la utopía de intentar traducir determinadas ideas a un nuevo contexto real". En "Ruinas del habla", la crítica postcolonial y la fragmentación del discurso se mezcla con una reflexión sobre la construcción de imágenes.
Ese preguntar a los fotogramas ha desmbocado, inevitablemente, en un profundo interés de Adrià por el cine. "Me interesa la parte física, la tridimensionalidad del cine, es decir,
cómo se construye una imagen" comenta. No en vano sus próximos proyectos están relacionados con lo cinematográfico. Uno de ellos, que empezó a gestarse en Corea del Sur, es el de volver a grabar una de las películas más caras de la historia de Hollywood, sin haberla visto y basándose, únicamente, en el testimonio de las personas que participaron en el proceso de producción. Cuando le preguntamos si no se veía estrenando alguno de sus proyectos audiovisuales en una sala comercial, su respuesta es: "tendría que cambiar el formato, no creo que haya espacio para el tipo de cosas que yo propongo". Aun así, acude a las ellas con cierta asiduidad. De las propuestas cinematográficas que han despertado el interés de Adrià últimamente destaca la obra de
Pedro Costa, director portugués con una producción de marcado carácter reflexivo y experimental. Quizás ese interés por el cine es el que le hace sentirse cómodo trabajando en
L.A., la cocina de todas las salsas en este tipo de cuestiones. ¿Cómo vive un artista en
Los Angeles? "Se vive muy pendiente del entorno educativo.
Una parte importante de mi proceso artístico es la investigación. Es estimulante la constante llegada de estudiantes a la ciudad. También me gustan las dimensiones espaciales y que en este momento está mirando hacia Asia. Esto, junto con la mezcla de culturas, hace de Los Ángeles un lugar interesante". Visto así, la ciudad bien podría ser una metáfora de la definición que aporta el artista sobre la función del arte, un espacio abierto en el que deben ocurrir cosas.
Por José Ganga
Fotografías de Josefina Andrés.
"Ruinas del habla" de Adrià Julià.
Galería Soledad Lorenzo. C/Orfila, 5. Madrid.
Hasta el 5 de enero.
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