Para emprender nuestro viaje, cogemos un taxi Tesla, que nos acerca al aeropuerto al precio de uno habitual, pero con un servicio premium. Y, en poco más de dos horas, estamos aterrizando en un paraíso para el descanso.

Ya desde el avión, la orografía se adivina caprichosa formando la costa desde zonas altas, montañosas y verdes que se precipitan en cascada hacia el mar. Las casitas están diseminadas, nada que ver con el abigarramiento de algunas zonas de playa mediterráneas y se sitúan en bancadas que nos recuerdan a la costa Amalfitana.

Nos espera el chofer con un flamante Mercedes que nos lleva hasta el hotel Villa Dubrovnik por carreteras zigzagueantes que nos dejan boquiabiertos con las postales que aparen después de cada curva.

Al llegar, encontramos un edificio central de líneas racionalistas que aprovecha hasta su última expresión las vistas que no cesan. Yuxtapuesto a un mar de piedras en forma de muros oblicuos que sujetan la ferocidad de la pendiente, abraza el blanco de las habitaciones asomadas al azul intenso del Adriático.

Por la mañana, el desayuno se sirve en terrazas que miran hacia la ciudad, salpicadas por el agua del mar y a la sombra de pinos centenarios, con el piar de los pajarillos como banda sonora.

No hace falta decir que todos los productos son de la tierra y fresquísimos, así que si haces la suma entre alimento del cuerpo y del espíritu te sale un número que roza lo sublime. Lo del desayuno es sencillamente increíble. 

Visitar la ciudad amurallada patrimonio de la Unesco a tan solo un paseo de 15 minutos, es sumergirte en la historia con mayúsculas. La de un país. Porque Dubrovnik lo fue en el Renacimiento.

Conocido por su riqueza nada ostentosa debido al comercio y su diplomacia, gracias a la cual no tenían “ni amigos ni enemigos, tan solo intereses". Esta ciudad, escenario de Juego de Tronos, te transporta a su época más floreciente gracias a sus arcos, fachadas y esculturas que siguen intactas después de siglos.  

Tras la caminata por sus calles escalera, que lo son la mayoría, decidimos darnos un chapuzón en la playa del hotel y tumbarnos en las hamacas, que descansan sobre rocas pintadas de blanco y que nos recuerdan a Santorini, mientras contemplamos el paisaje en un wow que no tiene fin.

Como el hambre hace su aparición, tomamos el lunch en las mismas hamacas, servido por su restaurante Al Fresco Giardino Bar y seguimos en bucle disfrutando de la comida y la panorámica hasta que decidimos darnos un masaje para que nos bajen a la tierra, ¡y vaya si lo hacen!, por lo que ponemos rumbo al Cable Car, que es un telesilla que nos hará volar hasta la cima del monte Srđ desde donde tienes una perspectiva de 360° que resulta muy excitante, sobre todo al atardecer, pudiendo ver hasta Montenegro.

 

¿QUÉ VER?

- Un paseo por las murallas que protegían el casco antiguo y que lo rodean como un cinturón bien apretado. Esta es la manera más sencilla de hacerse una idea general, pues parece que estuvieras viendo un plano del urbanismo a vista de pájaro. Os podéis pasar toda una tarde porque tiene cafés desde donde admirar las mejores panorámicas. Sin duda, un paseo introspectivo, histórico y muy romántico.

- Cable Car. Si después del paseo por las murallas os habéis quedado con ganas de más, podéis coger el teleférico que te aúpa al monte más alto.

- Palacio del Rector. Un precioso palacio renacentista con un patio intimista y una escalinata que parece diseñada por Borromini. Adornado con muebles y lámparas de la época, te transportará unos siglos atrás.

- Isla de Lokrum. Una excursión muy agradable, pues está a tan solo 20 minutos en un barco que sale cada hora. Con ella te sumerges de lleno en la naturaleza ya que apenas hay edificaciones. Recomendable la iglesia románica que corona el verdor de la isla.

 

¿DÓNDE COMER?

- Pjerin. Recomendado por Michelín y ubicado en el mismo hotel Villa Dubrovnik, tiene un menú degustación que no te dejará indiferente. La elaborada comida se sirve en una localización que no tiene igual, con todas las vistas de la ciudad vieja de fondo. Sin duda, la ubicación, las vistas y el exquisito trato del personal te harán sentir como en casa y disfrutarás cada minuto.

- Nautika. Clásico, tradicional y con un servicio excelente, es el restaurante más famoso de la ciudad y por él han pasado mandatarios y celebrities de todas las épocas. Con vistas al mar y a la fortaleza de Lovrijenac, es una experiencia que no te puedes perder. No te olvides de pedir el menú con su acertado maridaje de vinos.

- 360. Restaurante situado intramuros con una terraza oval que mira al puerto y las murallas. También tiene dos menús degustación a elegir, pero el precio es bastante elevado, unos 170 € por persona.

- Proto. En el corazón de la ciudad su especialidad es el pescado fresco, preparado con antiguas recetas de los pescadores. Los precios son asequibles.

- Bota Šare. Si queréis comer ostras de la zona y sushi, este es el lugar ideal, porque la misma familia Šare ha estado cultivando ostras durante varias generaciones y han conseguido una fusión única entre las cocinas dálmata y japonesa.

¿DÓNDE BEBER?

- Divino Wine Bar. En el corazón de la ciudad vieja podéis encontrar una buena selección de vinos domésticos e importados para disfrutar en una atmósfera relajada.

¿QUÉ COMPRAR?

- Frutos secos. Sobre todo almendras garrapiñadas. Nos encantan las que están embadurnadas en agua de rosas.

- Artesanía local, en forma de bordados típicos de la zona o labrados en piedra como algunas miniaturas que sirven de cańo para fuentes.

- Coral rojo del Adriático. En la Artur Gallery, donde puedes verle trabajar las piezas.

- Jabones de lavanda, que te dejan una sensación de frescor que te dura todo el día.

- Dulces. Sobre todo las famosas tiras de cáscara de naranja maceradas en azúcar. Más que un placer, un vicio. No podrás dejar de comerlas.

 

Sin duda, Dubrovnik merece una visita (o, si puedes, más de una). ¡Qué lo disfrutéis!

 

Carlos Sánchez

Imágenes: Cortesía del Hotel Villa Dubrovnik