Lamu ha sido, durante muchos años, un lugar idealizado para mí. Había visto alguna foto de esta isla pegada a la costa de Kenia: burros, playas desiertas, paredes desconchadas, el turquesa de las piscinas... En mi cabeza, Lamu era un destino remoto, se me antojaba muy lejano, un “algún día iré”, como tantos otros…

Sin embargo, para mi sorpresa, este viaje llega mucho antes de lo esperado. A mediados de 2021, estables en la nueva normalidad, mi madre nos pregunta: ¿os apetecería ir a Lamu? Había llegado una invitación de un miembro de Behomm, la comunidad de intercambio de casas fundada por mis padres. Gilles nos invitaba a pasar unos días en su casa en la isla. Él, que vive en la India, vendría más adelante a Barcelona. Por supuesto, la respuesta fue un sí rotundo.

La piscina de Peponi, el hotel emblemático de Shela

 

Viajamos a Lamu. Antes, cuatro días de safari en dos parques nacionales de Kenia y la intensidad que eso conlleva: madrugones, horas y horas de coche y muchas emociones nuevas.

Llegamos a Lamu agotados, proyectando en la isla un remanso de paz. Aterrizamos en avioneta en la isla de enfrente, Manda. Viajamos 6 personas: mis padres, mi hermano Biel, su pareja Carlota y mi amiga Anaïs.

Visitando Lamu Fort, esencial para entender un poco mejor la historia de la isla

 

Una vez allí, nos recoge Mbogo, el guardián de nuestra casa. Va descalzo. Solo ha llevado zapatos una vez en su vida. Se los puso un día para probar y el mismo día los perdió. Decidió no volvérselos a poner. Entendemos que estamos en un lugar especial. Cruzamos de Manda a Lamu en barca. Llegar por mar lo hace aún más emocionante.

Nuestra casa se encuentra en Lamu Town, la población principal de la isla y también la más interesante para conocer la vida local. Entramos en un laberinto de calles estrechísimas y nos sorprende la cantidad de burros que hay. Es su único medio de transporte, junto a alguna moto que puede circular por unas calles en concreto.

Los burros son el medio de transporte de mercancía y personas en Lamu. No hay coches en la isla.

 

“Jambo!”, nos saludan por la calle en swahili. Agradecemos la amabilidad de la gente, la mayoría de ellos musulmanes. Visten chilabas y ‘hiyabs’. Por su situación geográfica, Lamu ha sido invadida a lo largo de la historia por diferentes países. Durante un largo periodo fue un protectorado omaní en el que se asentó el islam como religión principal.

Llegamos por fin a casa de Gilles, un oasis escondido entre callejones. La compró y reformó hace más de 15 años respetando la arquitectura swahili. En las construcciones locales se utilizan los materiales que tienen a su alcance, como el coral y la cal.

 
 

Limonada junto a la piscina de nuestra casa, un gustazo después de toda la mañana bajo el sol

 

Nos reciben dos tortugas que pasean a sus anchas por la planta principal, presidida por una piscina turquesa. Dentro de la casa hay que andar descalzo. Tortugas, pies descalzos… Nuestra emoción no hace más que aumentar. En el último piso, nos da la bienvenida una azotea con hamacas blancas y un porche abierto al mar donde pasaremos muchas horas. Estamos en casa.

Como estaremos más de una semana en la isla, no sentimos ese “fomo” (fear of missing out) tan común en los viajes. Nos permitimos descubrirla poco a poco, sin un listado que tachar.

 

Parada en el hotel Manda Bay para tomar algo

 

La plaza principal, donde está el fuerte de Lamu, se convierte rápidamente en un imprescindible. Allí conocemos a Sherif, un señor que se dedica a pesar a la gente en su báscula desde hace más de 20 años. También vende cacahuetes. Todos los días sobre las siete de la tarde, religiosamente, enciende su ‘smartphone ‘para ver las noticias junto a otras quince personas más.

En la misma plaza, un grupo de hombres de mediana edad juega a un juego de mesa, otros venden maíz asado y mango, y los burros van y vienen, siempre cargados con algo o con alguien. Los niños y mujeres solo están en la plaza de paso. Los primeros vuelven de la escuela y ellas del mercado.

Como era de esperar, gran parte la vida ocurre al lado del mar. Los dos puertos son el epicentro de negocios y vida social de los locales. Enfrente de uno de ellos se encuentra Mangroove Restaurant, donde recomiendo desayunar algo típico como Mandazi, Viazi o Bajia. Dulce o salado, todo es frito pero está buenísimo.

Rincón del hotel Lamu House, diseñado por el español Urko Sánchez

 

Un tanto alejado de del bullicio está Lamu House, de los pocos hoteles con estilo y a su vez auténtico de Lamu Town. Comer las samosas o la ensalada de mango al lado de la piscina es un highlight. Eso sí, hay que entender que el ritmo de la isla es “pole pole” (poco a poco). La comida siempre tarda mucho en llegar.

Uno de los negocios principales es el transporte en barca de Lamu Town a Shela, la otra población importante de la isla. Chicos jóvenes se nos acercan todas las mañanas para llevarnos. Siempre nos esperan sentados en el mismo sitio. Al terminar el viaje, les conocemos por el nombre.

Bar en el que se juntan los jóvenes locales a esperar a sus clientes, mayoritariamente turistas, para llevarles en barco a Shela

 

Quince minutos en barca y llegamos a Shela: mucho más limpia y tranquila, repleta de casas enormes que son claramente de extranjeros. Shela es la cara más ‘cool’ de Lamu, donde viven los pocos expatriados que hay en la isla y donde se alojan la mayoría de turistas.

El emblemático Hotel Peponi es el epicentro de la vida social en Shela. Beber una Tusker, la cerveza local, en su terraza frente al mar es obligado. El restaurante del hotel sirve la comida más sofisticada de la isla.

La escena en Peponi es de lo más variopinta: parejas de luna de miel al lado de los mismos chicos locales que nos han traído en barca, artistas que medio viven en Lamu, familias con hijos, grupos de jóvenes que veranean en Lamu… A todos les une una aura creativa que ha caracterizado a los visitantes de Lamu desde hace décadas. Desde Mick Jagger hasta Madonna, se han enamorado de la isla.

Aman, una de las tiendas más bonitas de Shela

 

En Shela empiezan interminables kilómetros de playa desierta; en lugar de edificaciones hay dunas de arena blanca y palmeras. Enfrente se divisa la isla de Manda, solo a diez minutos en barca. Merece la pena ir al pequeño hotel de cabañas Diamond Beach a comer una pizza frente al mar.

El atardecer es el momento estrella de la isla. Aparecen de la nada decenas de ‘dhows’, las embarcaciones locales, que se dirigen hacia el horizonte para contemplar la puesta de sol. No se puede viajar a Lamu sin navegar en un ‘dhow’. Nosotros elegimos hacerlo viendo el amanecer y navegando entre manglares hasta Manda Toto, una pequeña isla con un hotel de lujo donde se puede tomar algo.

Un capitán preparando su ‘dhow’ para navegar

 

A lo largo de nuestro viaje conocimos a varias personas que han dejado atrás una vida convencional en Europa para vivir en Lamu. También a otras que regresan año tras año de vacaciones. No es la isla de las playas turquesas que yo imaginaba, ni tampoco destaca por su gastronomía ni las actividades que ofrece, pero Lamu tiene algo que te atrapa. Me voy sabiendo que volveré.

Asante sana Lamu! (¡Gracias Lamu!).

Una de las imágenes más icónicas de Lamu: los ‘dhows’ navegando para ver el atardecer

 

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Texto e imágenes: Júlia Juste @out__liers