Desde la temporada de otoño en la que estamos, queremos hilvanar una imaginaria ruta del vino con las bodegas-hotel que están entre las más afamadas del mundo. A la cabeza de ellas, se encuentra Marqués de Riscal, un pago centenario que cambió su fisonomía gracias a la ayuda de un arquitecto estrella (como se les solía llamar)... aunque Frank Ghery es más que eso. Ghery es el arquitecto del siglo XXI, al igual que Mies van der Rohe lo fue del 2000 y contraponiendo sus curvadas edificaciones a la recta del creador del “menos es más”.

Gracias a él, Elciego, un pequeño municipio de la Rioja Alavesa, es cita imprescindible para amantes del vino de todos los rincones y admiradores de la arquitectura bien pergeñada y erigida en aras de una misión concreta: la de albergar y dar de comer a quienes puedan y deseen acercarse hasta aquí.

Marchamos por un campo alegre y despejado que nos recuerda por momentos a retazos de la Toscana y que nos envuelve en su plenitud salpicada por elevaciones que la protegen de los vientos enfilándonos hacia Elciego. Llegamos a nuestro destino y delante de nosotros, se yergue orgulloso un amasijo de hierros y planchas de metal arrugados formando olas o surcos de viñedos. Enseguida, la frialdad de sus materiales, el acero y el titanio, se nos hacen cálidos y nos invitan a pasar a su gruta que, cual cueva para el vino, guarda sus mejores tesoros para que los vayamos descubriendo.

Nos sorprende todo, desde la distribución de los espacios, hasta la reflexión constructiva que dimana de un conocimiento sesudo y virtuoso del oficio, haciendo de cada rincón una realidad en sí misma para ser vivida con parsimonia, saboreándola como un buen caldo que satisface nuestro olfato, deslumbra nuestro paladar y emociona nuestro estómago.

Nos dirigimos en este estado de sorpresa a la cafetería para descubrir una comida que, lejos de ser rápida, es elaborada y de excelente factura, enmarcada por una visión a bocajarro del pueblo, de su volumetría y coronada por una iglesia renacentista con tildes posteriores que le estilizan aún más. 

Tras el maravilloso ágape, pasamos ahora un momento por nuestra habitación para apreciar, desde la amplitud del espacio tan adecuadamente amueblado hasta la calidad de su cama y, sobre todo, de su terraza. Ese mirador que se asoma sin pudor a una escultura que es el bloque principal y que te permite disfrutar de su belleza rugosa en todo momento, pudiendo apreciar la incidencia de la luz en los distintos momentos del día y en las diferentes estaciones del año. Un verdadero espectáculo, solo por eso ya merece la pena alojarse aquí.

Con el titanio tintado en la retina, nos acercamos al spa y se nos abre un mundo nuevo de rojos, madera y calma, todo atemperado por el agua de su piscina que tiene como telón de fondo el verde de los viñedos que abrazan la finca. Probamos sus tratamientos relajantes de Caudalí, con restricciones por la situación sanitaria, porque normalmente su carta de masajes es amplia y gira en torno al vino. Solo las cabinas para los tratamientos son en sí mismas un destino que transpira quietud y equilibrio. 

Ya relajados, subimos a cenar al restaurante 1860 y nos encontramos una carta muy bien elegida, con productos de temporada que nos acercan al acervo cultural de esta tierra con gran tradición gastronómica y rica en verduras y carnes. Desde luego, no nos defrauda porque junto al magnífico trato recibido está, como no podía ser de otra manera, el maridaje con sus vinos. Esto nos hace salir de allí más tarde de lo previsto... digamos que quisimos alargar la felicidad hasta medianoche.

Al día siguiente, un desayuno equilibrado y bien pensado donde ni sobra ni falta nada, nos abre el apetito para el gran momento, (aunque ese momento llegara casi a las tres horas), que supuso la degustación de su menú gastronómico en el restaurante Marqués de Riscal, con una estrella Michelín, dirigido por Francis Paniego. La carta nos la presentan en un catálogo de Pantone y es que tiene tantos colores, que de primeras no pensamos que podamos comérnoslos todos... Pero la vista insuperable acompañada de un maridaje de lujo hacen de la presentación de cada plato, una ebullición de alegría que percibes en nariz ojos y boca.

Cada bocado, uno detrás de otro, merece la pena, así como dormir en una obra de arte constructiva que te invita a soñar tu propia vida sin límites.

¿QUÉ VER?

Visita a la bodega con explicación, a poder ser de Carlos (su saber te dejará atónito). Un recorrido por la historia de la marca que se ve trufado de apreciaciones sobre todo lo relacionado con la uva que te mantendrán atento de principio a fin para acabar con una cata acompañada de aperitivos que disfrutarás más aún escuchándole explicar las características y sensaciones de cada vino que probéis.

Visita a Laguardia, un pueblecito medieval a escasos 5 km. Merece la pena una tarde de recorrido por sus calles empedradas y sus edificios con solera. Especial interés tiene su pórtico gótico, con figuras que ocupan parte de la nervatura de sus arcos apuntados y que la hacen especialmente tierna a los ojos de cualquier amante de la arquitectura.

Bodegas Ysios. En el mismo pueblo de Laguardia se encuentra este edificio que en su día proyectara Calatrava. Merece la pena, sobre todo, la imagen que contrapone sus techos de acero con las montañas de Cantabria que tiene de telón de fondo y que resuenan como un eco de la misma imagen (especialmente si el día está nublado y acompaña con los mismos tonos). Realmente impactante.

Museo Wurth. Este sorprendente museo que la empresa de rodamientos instaló en un polígono industrial en Logroño, no tiene desperdicio. Aparte de la sorpresa de encontrar tanta belleza acumulada en un espacio donde no te lo esperas, tiene una colección realmente impresionante con artistas exquisitamente bien seleccionados. Es un ejemplo de modernidad y conocimiento sin ambages, sin oropeles superfluos. No te la pierdas, está a solo 20 km.

Si sois especialmente aficionados al vino, tenéis alrededor parte de las mejores bodegas de nuestro país, así que simplemente es cuestión de buscar las que más os interesen.

¿QUÉ COMPRAR?

Finca Torrea. Un vino de autor con 18 meses de barrica francesa. Afrutado y con madera, fácil de beber. Con cuerpo pero no resulta pesado. (Precio: 19 €)

Marqués de Riscal Limousín. Verdejo con 6 meses de fermentación en barrica francesa. Afrutado, seco y con un toque a madera. (Precio: 15€)

Barón de Chirel. Reserva que procede de viñas viejas de más de 80 años. Es especiado y tiene 20 meses de barrica francesa. Encontrarás cuerpo y madera en un vino muy equilibrado. (Precio: 52€)

Aceite LA. Elaborado en Málaga con distintas variedades de aceituna envueltas en un mismo diseño, el que Philippe Starck creó para ellos.

Lauder’s. Un whisky que solo encontrarás aquí. De excelente calidad, al igual que sus precios (11€ y 18€).

Productos locales como quesos o ibéricos de una calidad excelente. En Laguardia encontrarás productos artesanales relacionados con el vino y su universo maravillosos.

 

Carlos Sánchez

Imágenes: Cortesía del Hotel Marqués de Riscal