Hemos pensado en un viaje que nos traslade en el tiempo pero que a la vez sea sencillo de organizar y hemos dado con uno de esos lugares que han estado ahí desde siempre y donde merece la pena ir al menos una vez en la vida. Hablamos de Jerusalén, a cuatro horas de vuelo de Madrid, que nos llevará a otra dimensión, pasada esta vez, pero que puede ayudarnos a entender mejor la civilización y, por tanto, a vivir mejor tu futuro.

Aterrizamos en la Ciudad Santa después de un corto vuelo aunque estemos en unas coordenadas muy diferentes, ya que pisamos territorio del Cercano Este. Una tierra donde se han cuajado gran parte, si no casi todas, las premisas religiosas e históricas que atraviesan nuestro presente. Con 2000 años de cristianismo (refiriéndonos a la figura histórica de Jesucristo) a sus espaldas, siempre fue una ciudad conmovida por enfrentamientos entre las distintas religiones que, partiendo casi todas de la misma raíz, habían alcanzado cismas inimaginables hasta el punto de que el mismo hecho es interpretado de formas muy distintas por cada una de ellas. Algo que les ha llevado a luchar por hacer prevalecer su forma de entender el fenómeno religioso.

Sus disputas nos parecen banales e incluso pueriles y que responden a un "ego social", se podría decir, junto con intereses creados que no deberían, a nuestro parecer, estar en las bases de ninguna religión si es que esta responde realmente a unos parámetros espirituales. Por tanto, lo que queremos en esta escapada de cuatro noches es empaparnos de ese ambiente que se ha ido macerando durante siglos en sus omnipresentes piedras de todas las épocas de la humanidad, recorrer buena parte de esos lugares a los que alude la historia y percibir el aroma de sus calles, así como la hospitalidad de sus gentes.

Después de 40 minutos por paisajes más bien áridos llegamos al hotel elegido, en este caso el Mamila, que recoge exactamente lo que buscamos para una experiencia así: calidad, ubicación o instalaciones destacables. Nos proponemos disfrutarlo también como parte integrante de la experiencia. Nada más llegar nos inspira su enorme y bien distribuido atrio amueblado con las piezas justas, muy bien escogidas y en seguida notamos que se respira un ambiente cálido, acogedor y cosmopolita que nos servirá de perfecto trampolín para nuestras escapadas a la ciudad amurallada.

Este magnífico hotel, obra del famoso arquitecto Moshe Safdie y que tiene como uno de sus edificios emblemáticos la nueva Terminal 3 del aeropuerto de Ben Gurion, ha sabido usar las restricciones del ayuntamiento de Jerusalén como el uso de piedra local o la controlada volumetría en beneficio propio para crear un edificio que se mimetiza con el entorno pero no exento de personalidad y con soltura ha sabido manejar las necesidades del cliente adaptándose visualmente a sus construcciones colindantes como el Gran David Citadel y a las murallas de la ciudad que se encuentran a tiro de piedra.

El interiorismo lo firma Piero Lissoni, un diseñador con oficio que sabe calcular como pocos las necesidades de un espacio y adaptarlo a sus funciones. El atrio, ya descrito, es impecable en su grandeza cercana y fluida. Se ayuda Lissoni de grandes del diseño internacional, siendo el ejemplo más evidente la gran mesa redonda del hall inferior, donde reúne sillas icónicas del mejor diseño del siglo XX, Rietveld, Panton, los Eames, Ponti, etc., contraponiendo en su lenguaje a estos grandes con muebles orientales de diferentes siglos y que nos muestran un diálogo sutil e impactante a la vez.

En las habitaciones utiliza recursos que permiten la división del espacio a discreción entre el pequeño estar y el dormitorio, mostrándonos un espacio diáfano si las puertas correderas que flanquean el mueble que hace de librería/separador están abiertas o cerradas. Al mismo tiempo aligera el habitáculo separando la zona de aguas con cristal, lo cual añade visualmente metros que se agradecen, pudiendo hacer que este paño de cristal se oscurezca gracias a un gas que se expande cuando accionas un interruptor, y creando así un muro opaco que confiere intimidad al baño cuando se requiere. La iluminación está inteligentemente distribuida haciendo uso de tonos cálidos y fuentes LED que sugieren una habitación en penumbra que invita al relax y el sueño.

Merece mención especial el restaurante y la terraza que corona la azotea del edificio y que te deja sin palabras ante la contemplación de una belleza semejante como son las murallas en su recorrido desde la Puerta de Jaffa, la Ciudadela y más allá. También mencionar Akasha, su alabado spa, que diseñado en torno a los cuatro elementos: tierra, fuego, aire y agua, ha sido elegido en 2016 como uno de los 10 mejores spas del mundo. La habitación para la meditación flanqueada por sillones de Marc Newson es un reducto para el silencio interior y el reposo del alma. Y el hammam a base de bloques de mármol te insufla un calor natural de piedras que te renuevan por completo.

Desde este magnífico emplazamiento y tomándolo como base de operaciones, nos dirigimos a encontrarnos con siglos de historia. A tan solo dos minutos a pie alzamos la vista maravillados ante esa Puerta de Jaffa que resume y destila buena parte de lo que vamos a encontrar intramuros. Y en este enclave les dejamos a ustedes, lectores, para que descubran su propia Jerusalén, Tierra de peregrinación y de emociones.

 

Carlos Sánchez

Imágenes: cortesía del hotel