En tan solo cuatro capítulos repletos de material inédito, archivos personales y el testimonio de expertos del mundo de la moda, 'Kingdom of dreams' nos muestra cómo la creatividad de los gigantes de la alta costura chocó con la ambición y las ansias de negocio de dos imperios que luchaban por dominar el mundo de los artículos de lujo... 

En este artículo, lejos de spoilearte, repasamos los mensajes más potentes que lanza el documental con el propósito de hacerte relexionar:

Los grandes emperadores del lujo

En 1980, los problemas financieros y la falta de innovación en los diseños, arruinaban a las firmas de lujo más conocidas hasta la fecha... hasta que llegó Bernard Arnault. Tras comprar la empresa textil Bussac, su mente de “tiburón financiero” gestada en Estados Unidos, le llevó a conseguir su gran objetivo: ser el hombre más rico y poderoso del mundo. Para ello, fue reuniendo a grandes firmas familiares como Dior, Givenchy y Louis Vuitton en el conglomerado LVMH.

Años más tarde, François Pinault se convirtió en su eterno rival al arrebatar las riendas del Grupo Gucci al abogado Domenico De Sole, que trabajaba mano a mano con el icónico diseñador Tom Ford. Ambos consiguieron llevar a una marca hundida por los conflictos familiares a lo más alto, pero no se imaginaban que sus sueños se verían frenados por el empresario...

En este contexto, 'Kingdom of dreams' nos muestra cómo, tras resurgir de sus cenizas, las firmas de lujo más importantes de la historia evolucionaron hacia un objetivo totalmente contrario a su idea principal. En un mundo en el que cada vez surgía más talento, se descubrió que, la creatividad, como todo lo conocido hasta la fecha, podía convertirse en un negocio. Esa fue la visión que llevó a ambos magnates a remodelar el universo de la moda a través de la conquista de sus cuatro grandes reinos: París, Milán, Londres y Nueva York.

Stephen Jones

 

Un mundo de títeres y marionetas

Pero el poder y el dinero solo eran posibles gracias al ingenio de los mejores diseñadores. Así, los “dioses de la moda” llegaron a las firmas, hasta ahora familiares, para ayudarlas a alcanzar el mayor éxito posible. Un joven británico con ansias de libertad llamado John Galliano, llegó a París para convertirse en el diseñador estrella de Givenchy. Poco tiempo después, llevó a Dior a lo más alto y con tan solo 27 años, logró el premio al diseñador del año de la British Fashion Council.

Sin embargo, fue Alexander McQueen quien años más tarde heredó Givenchy y, a pesar de que su personalidad revolucionaria no encajaba con la tradición y los valores de la marca, logró hacerla suya, haciendo de sus desfiles espectáculos que aún hoy recordamos. Ahora bien, sin ninguna duda, el más rompedor en aquella época fue Marc Jacobs, quien reinventó la imagen de Louis Vuitton. Una firma -por aquel entonces- de bolsos y maletas que tras muchas subidas y bajadas, sorprendía al mundo con su diseño en colaboración con el artista Stephen Sprouse, que mezclaba el glamour y el graffiti, algo impensable hasta el momento.

Por du lado, el icónico diseñador americano Tom Ford se mudaba a Italia para llevar a Gucci de los conflictos familiares, al mayor éxito jamás imaginado. Con este propósito, Ford logró combinar la elegancia de la firma con el sexo sin adulterar, una fórmula de la que todo el mundo quería formar parte. Todos ellos cumplieron las expectativas de los grandes empresarios que financiaban su arte, pero el éxito obtenido en muchas ocasiones, no se asociaba a su talento, sino al nombre de la firma. Así, la creatividad y pasión puestas en cada uno de sus trabajos se veía truncada por la ambición desmedida de un mundo capitalista. 

El dinero aumenta y la pasión se desvanece

Lo que empezó como una expresión de talento, poco a poco se fue convirtiendo en una petición constante de ideas y originalidad que resultaba hasta imposible de conseguir. Aun así, los diseñadores lograban llegar a la cantidad exigida sin dejar de lado la innovación. Cada colección debía ser todavía mejor que la anterior, por lo que la presión se volvió insoportable.

El diseñador era la cara visible, pero las prendas, accesorios y, especialmente, el logo de la marca, eran lo más importante. Sí, el mundo entero les admiraba, pero, al fin y al cabo, lo que vendía, era lo que fabricaban.

'Kingdom of dreams' compara la industria de la moda con un mundo de magia e ilusión del que podían dejar de formar parte si no cumplían las expectativas. Los mejores soñaban con serlo siempre, pero desgraciadamente, fueron cayendo uno a uno en una especie de “efecto dominó”. Esto llevó a muchos de ellos a caer en adicciones, problemas mentales y, en el peor de los casos, la muerte.

Debra Shaw 

 

Un cierre potente

Además de la historia de grandes diseñadores y grupos de lujo, el documental también busca concienciar a los espectadores sobre cómo tres décadas fueron suficientes para cambiar por completo el mundo de la moda. El auge de la globalización y el capitalismo lograba convertir a una sociedad que amaba los productos únicos y especiales en una especie de círculo vicioso de cambio constante y materialismo.

Ya no solo se adquiría un producto porque resultase bonito, sino por lo que representaba: riqueza, éxito y poder. Y eso, al final, era algo que solo los grandes imperios podían ofrecer. Sin embargo, a pesar del éxito del lujo, en los 2000 nacía lo que a día de hoy conocemos como fast-fashion, una nueva moda revolucionaria y, a la vez, criticada por varios expertos y activistas.

Repleta de drama e intriga, esta potente historia sobre el negocio de la moda de lujo hasta ahora desconocido por muchos, nos ayuda a entender un poco más ese mundo frenético que ni los más grandes pudieron soportar. Alta costura, negocios y momentos icónicos se entremezclan con el estilo cinematográfico que convirtió a la atrevida biografía McQueen en un éxito mundial gracias a la colaboración del guionista Peter Ettedgui.

Y tú, ¿ya has visto el documental del que todo el mundo habla?

 

Sara Cordido: @saraacordido

Imágenes: Cortesía de la plataforma