Antes de la llegada de Instagram y sus fuegos, de las notas del móvil que hacen de borrador del mensaje perfecto, incluso de los consejos sabios con amigas para lograr que una cita salga adelante, ligar ya era un arte solo para valientes.

Quien alguna vez ha probado suerte en este juego, sabrá que la clave de todo se encuentra en la comunicación: si no se logra esa fluidez entre las partes, vamos mal. Pero, si pensamos que las estrategias de ahora para empezar una conversación son complicadas, ¡prepárate para conocer el lenguaje del abanico, donde un mínimo ademán podía determinar el futuro de una relación!

Si algo ha salido revalorado a raíz de la era mascarilla, es la importancia de los gestos y todo lo que somos capaces de transmitir con solo una mirada. Este potencial, sumado a la versatilidad y elegancia de uno de los elementos más típicos de la cultura española, son las claves para la elaboración de un complejo código donde era posible desarrollar una conversación sin mediar palabra.

El lenguaje del abanico, tuvo su momento en los S. XVIII y XIX, y era empleado especialmente por mujeres (principales portadoras de este complemento), aunque los destinatarios de sus señales era -en la gran mayoría de las ocasiones- el público masculino.

En un contexto donde a la mujer se le exigía recato y sutileza, y donde las posibilidades de actuación en materias amorosas eran muy limitadas para ellas, imperaba la necesidad de poder comunicarse con sus amantes sin dejar por el camino los buenos modales y la discreción. Por ello, el abanico que tan a la mano estaba para todas, fue el elegido para hacer de intermediario entre enamorados o potenciales pretendientes.

Si bien algunos se muestran detractores de esta práctica (pues dicen que al estar tan extendida era difícil mantener el secretismo), existe toda una serie de registro que recoge su vigencia en el momento, aunque no exime a los usuarios de dotarles de cierta licencia personal.

 
 
 
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El abanico tenía el poder de, conjugado con el correcto movimiento de muñeca, aceptar o declinar una invitación, mandar un beso, decir “te quiero” o mandar a paseo al pretendiente de turno. Según cómo se abriese, cerrase, la posición dónde se colocase o la mano con la que se estuviese sujetando, se desplegaba ante los interlocutores todo un diccionario de expresiones por descifrar.

Así, para decir que sí al interés amoroso en cuestión, bastaba con cerrar el abanico lentamente, y hacerlo de forma brusca si la respuesta era negativa. Pero no solo se quedaba ahí, las respuestas podían ser mucho más desarrolladas, incluso permitían matices, como hacerse un poco de rogar, para lo que se tenían que dar golpecitos con el abanico cerrado sobre la mano izquierda.

Si, además, quería matizar su estado de soltería, tan solo tenía que abanicarse lento sobre el pecho, pero si, por el contrario, la chica ya estaba comprometida, el gesto de rigor era abrir y cerrar rápido el abanico.

Pero las propuestas no eran unilaterales: las mujeres contaban con su propio código en el lenguaje del abanico para declararse. Un abanico deslizándose por la mejilla quiere decir “te quiero”, sobre el corazón, “te amo”, y cerrado y guardado, “no tengo ninguna intención de llegar a nada contigo”. Si la cosa se ponía intensa, la mujer entregaba el abanico en señal de un posible futuro matrimonio, golpeaba un objeto para denotar impaciencia o colocaba sutilmente el abanico sobre los ojos con su mano derecha para indicar al enamorado que la siguiese. 

No solo en el arte del cortejo, cuando un romance prohibido se consolidaba, era necesario mantener el disimulo, ¡y qué mejor que esta táctica para hablar en público sin ser descubiertos! De esta forma, era posible concertar una cita cerrando el abanico ante los ojos, asegurar el secreto deslizándolo sobre la oreja derecha o advertir de la presencia de un potencial peligro cubriéndose los ojos con el abanico abierto o apoyándolo cerrado sobre la mejilla derecha.

El toque picante lo ponen los besos, que sin necesidad de tocar, se mandaban cubriendo la boca con el abanico abierto mientras se dirige la mirada hacia el amante.

Ya lo ves, el lenguaje del abanico es todo un juego de coordinación, maestría, audacia y mucha, mucha experiencia. Nadie dijo que el amor (y la comunicación requerida) fuese tarea sencilla, pero desde luego, este código se lleva la palma en lo que a elaboración se refiere.

Amiga, si empezar una relación en tiempos modernos parece frustrante y complicado, piensa en la elegancia caprichosa del lenguaje del abanico ¡y da gracias, de nuevo, al rechazo simple, directo y exento de ambigüedades que supone el doble check!

 

Elena Romero: @elenar_vargas

Imágenes: Giphy e Instagram