Una entrada para ver el espectáculo de Adele en Lisboa. Un regalo de ésos que hacen aflorar las lágrimas y dar brincos de alegría mientras el vecino de abajo golpea el techo para hacer callar a esa bestia en la que te has convertido... ¿Qué más podía yo pedir a los astros?
Desde entonces, en el trabajo ponía en bucle cada una de las obras maestras de su
25 y, cuando llegaba al calor de mi hogar, mi voz se desgañitaba con el
When we were Young.
Y al fin, después de todo un mes mordiéndome cada una de las uñas de las dos manos (creo que alguna del pie también cayó), llegó el “Adele day”. Vino dado con dos maletas y una hora de espera en Barajas, pero no importó, porque iba a matar dos pájaros de un tiro: conocer Lisboa y escuchar a la mejor voz del siglo XXI.
La llegada a la capital del país vecino no fue todo lo que yo esperaba. Ese hostal en el que había reservado no era todo lo limpio y bohemio que parecía... Pero decidí olvidar el olor a humedad de esas paredes que se caían a pedazos para, con mi mejor sonrisa, hartarme de fados y Bacalao tras largas caminatas por el Barrio Alto y Alfama. Pese a toparme con muchos lugareños ofertándome sustancias alucinógenas, no quería alterar ninguno de mis cinco sentidos, así que rechacé elegantemente cualquier proposición indecente para por fin encaminarme con paso decidido a reunirme con la gran
DIVA.
A escasos minutos de que el Meo Arena estuviese a rebosar, mi móvil echaba humo. 20 % de batería y yo tirándome de los pelos... La espera se hizo eterna. Pero el tiempo se detiene cuando los primeros acordes de
Hello comienzan a sonar y en la pantalla gigante esos ojos gatunos se abren como por arte de magia. Entonces, del suelo emerge la británica que logra emocionar al mismísimo James Bond.
Y la voz aterciopelada cobra forma en un estruendo vocal que ya le hubiese gustado al Simba de
El rey león. El público se vuelca con Adele mientras yo hago los coros dejando constancia con los vídeos de mi móvil (tiembla,
Snapchat)
Canción tras canción, cada una de mis terminaciones nerviosas están a punto de explotar... Hasta que me fundo en un gigantesco aplauso cuando se abre una cascada de agua y
Set fire to the rain comienza. ELLA no necesita luces, ni color, ni pirotecnia, ni nada de nada. Pero, aún así, se agradece.
Entre partitura y partitura estallo en carcajadas cuando ella se alza como la Lina Morgan de Reino Unido. Con su vestido de lentejuelas, melena midi y sonrisa de oreja a oreja bromea con el público mientras recorre todo el escenario.
Selfie con fans incluido, por supuesto.
Pero yo tenía una misión: no quería llorar. Y apreté los dientes como si del día del Juicio Final se tratase. Me lo había propuesto. Ni siquiera con del estribillo de
Someone like you, que todos y cada uno de nosotros hacemos propio... Sí, todos recordamos a ese ex que se fue con otro ;)
Tampoco lloré con cada una de sus bromas ocurrentes que podrían haber sido parte de cualquier monologo de
El Club de la Comedia. Me resistí.
Finalmente mi aventura en Lisboa había merecido la pena y ante tal torrente de emociones cliqué como un descosido en mi teléfono tratando de comprar otro par de entradas para el concierto de Barcelona... Mi gozo en un pozo :( Porque hoy no paro de leer y releer cómo no sólo ha triunfado en tierras lusas, si no que en nuestro país la sencillez y grandeza de esta cantante también han calado hondo.
Pablo Aragón - @Aragon_Pablo
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