"The Walking Dead" es junto a "Juego de Tronos" uno de los más apabullantes éxitos transmedia de los últimos años: cómic, serie de televisión, libros, videojuegos,
webisodes, redes sociales, aplicaciones móviles…
los muertos vivientes de Robert Kirkman arrasan con todo y en todas partes. Un triunfo propio del mundo conectado e hipervinculado en que vivimos y cuyos argumentos hay que buscarlos más allá del socorrido
friki power.
Y es que el primer gran mérito de la serie con más audiencia de la AMC (cadena también de las magistrales "
Breaking Bad" y "Mad Men") es
cumplir perfectamente como adaptación: respeta en lo fundamental al
cómic original (aún más demoledor, dramático e interesante si cabe que su versión televisiva) y se toma las licencias oportunas (cambios en los personajes, en las tramas, en las muertes, etc.) para ofrecer algo original y fresco que interese tanto a los que seguimos el tebeo como a los que no. Así, con esa modélica combinación de fidelidad e innovación, esta serie es un ejemplo de cómo trasladar una ficción impresa a la pantalla (grande o pequeña). Y esto no sólo hay que aplaudírselo a Kirkman sino también a los
showrunners Frank Darabont y Glen Mazzara.
Sin embargo, el otro gran punto fuerte de The Walking Dead (y en mi opinión el más atractivo) es su habilidad para colocar al lector/espectador ante lo que es
un feroz y distópico análisis de la condición humana. TWD nos obliga a reflexionar sobre cómo Rick Grimes y compañía afrontan constantemente tres desafíos: el biológico (la propia mortalidad representada atrozmente a través de los “caminantes”), el social (contexto en el que el hombre se revela como un lobo para el hombre, que diría Hobbes) y el personal (la lucha interior con/contra nuestras ideas, afectos, miedos y decisiones). Así, The Walking Dead se descubre como
un entretenidísimo cóctel del miedo a la muerte, a los otros y a nosotros mismos; una serie que nos hace cuestionarnos qué haríamos en un mundo donde todas las reglas (legales, morales, éticas, cívicas y biológicas) han desaparecido y la esperanza parece estar en coma permanente.
Por todo ello, dejando al margen la teoría que vincula el “triunfo zombi” a las épocas de crisis económica (quizás porque ésta desata también una cruel y angustiosa lucha por la supervivencia), el éxito de
TWD hay que buscarlo no tanto en lo que pasa en sus tramas sino en lo que nos hace sentir y pensar. Tal vez es que no hay nada mejor que un muerto (viviente) para hacerte sentir profundamente vivo o inquietantemente humano porque, como muy bien se encargan de recordarnos en el cómic y en la serie,
el verdadero peligro no son los zombis sino los vivos. Y eso da miedo. Mucho.
Javier Crespo Cullell
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